*Por Ezequiel Dominguez, Lic. en RRLL, especialista en RSE y factores de riesgo psicosociales en el trabajo e Instructor de meditación en Provincia ART.
La implementación de un ambiente educativo saludable y seguro capaz de promover el bienestar biopsicosocial de los alumnos es responsabilidad de todos
Comienzan las clases, padres, abuelos y familiares felices de acompañar a los niños y niñas en el inicio del ciclo lectivo, aparecen así una mezcla de sensaciones: alegría, orgullo, felicidad, preocupaciones y miedo. La escuela es una institución que imparte aprendizaje, no solo conocimientos, sino prácticas que favorecen el diálogo, relaciones armoniosas, códigos de conducta y de convivencia, generando un ámbito propicio para aprender, enseñar y relacionarse.
Sin embargo, hay una problemática educativa que afecta a los niños, en su capacidad de aprendizaje, su desarrollo, y su futuro. Padres, madres, familiares y educadores se encuentran preocupados ante la amenaza del bullying, término que proviene del vocablo holandés “boel” y significa acoso. Es entendida como una conducta de persecución física y/o psicológica contra otra persona a la que se elige víctima de repetidos ataques, con la intencionalidad de causar daño o perjuicio. Habitualmente es más débil, y se lleva a cabo por lo general entre estudiantes.
Es una práctica dirigida a una persona concreta, con acciones agresivas constantes en el tiempo capaces de afectar su integridad psicoemocional, que se expresa de distintas formas: insultar, humillar, denigrar, usar apodos ofensivos, discriminar, señalar defectos lo que puede deribar en abusos físicos como pegar, tirar cosas, empujar, dañar y lastimar. Todas estas acciones desencadenan en la exclusión del acosado a través de falsos rumores, dejarlo de lado, no hacerlo partícipe de actividades en común con compañeros, ignorarlo, no tomarlo en cuenta, manifestaciones que tienen como fin crear una estrategia capaz de que nadie se acerque a la víctima al punto del aislamiento.
Una de las principales cuestiones negativas de esta práctica, es que el acosado se encuentra incapacitado para reaccionar y defenderse por lo cual, queda sometido al sin fin de maltratos del acosador, estableciéndose una relación de desigualdad. Estas situaciones suelen ocurrir en el recreo, en baños, comedor, y en su mayoría en ocasiones en las que no hay una autoridad presente o atenta a estas cuestiones. Con el avance e innovación de las nuevas tecnologías, el acoso atraviesa los espacios físicos de la institución educativa continuándolo en redes sociales, celulares, correos electrónicos expandiendo esta práctica en momentos personales.
El niño acosador sabe que los testigos no hablarán, cuenta con el silencio del grupo y de la víctima, provocando que se sienta más solo, desprotegido y vulnerable. Testigos que miran y no intervienen por temor, seguidores que fomentan e insisten en la continuidad de la agresión. Estas acciones se realizan siempre lejos de la mirada adulta y amenazando a todos los que participan, con que pueden ser los próximos en sufrirlo, se conforma así el pacto de silencio.
Cuando no se puede hablar y se silencia este padecer nocivo, aparecen consecuencias físicas y cambios de conducta. La víctima comienza a disminuir su rendimiento escolar e incumplimiento de las tareas escolares, también en el plano psicológico, aparecen sentimientos de inferioridad, tristeza, culpa, afecta su autoestima pudiendo desencadenar muchas veces en un cuadro depresivo y de estrés. Socialmente se encuentra retraído, se vuelve introvertido, comienza a aislarse de su núcleo más íntimo y evita actividades que impliquen relacionarse con otros: como clubes, actividades deportivas, campamentos, entre otras. Aparecen síntomas físicos como cansancio, insomnio, vómitos, dolores de cabeza, dolores musculares, dificultades para levantarse y concurrir al colegio, llegando al punto del rechazo o fobia a concurrir a clases. Su círculo familiar comienza a llamarles la atención cuando el niño o niña, comienza a perder muchos útiles y dinero, y más alarmante aun la aparición de golpes, rasguños, moretones, arañazos, ojos llorosos.
En la actualidad, este concepto y práctica es de público conocimiento por los adultos, las escuelas deben fomentar un ambiente con normas de convivencia con vínculos armoniosos y solidarios que eviten las prácticas de acoso. Para lograrlo, se precisa el compromiso de los directivos y educadores, también de los padres, para lo cual deben estar informados y concientizados acerca de mecanismos de detección en menores, las consecuencias y abordajes efectivos y acordes de esta situación. Desde este compromiso informar, educar y transmitir a los niños acerca de esta problemática.
No solo se debe trabajar desde la implementación de normas y leyes, sino también desde la generación de ambientes que acompañen al niño frente a esta situación delicada y penosa, darle el espacio para que pueda conversar de lo sucedido, propiciando un ámbito de confianza, de seguridad, de escucha y contención, que evite que sienta culpa, vergüenza o juzgado. La confidencialidad, es un factor de gran importancia, ya que muchas veces el miedo a denunciar o exponerse públicamente, ya que las niñas y los niños que son testigos de bullying, frecuentemente se sienten mal o culpables porque no hicieron nada para evitarlo, o incluso sienten que fueron cómplices.
Trabajar con los involucrados, familias y educadores, en una estrategia eficaz para poner fin al bullying, acompañando a todas las partes, ya que si bien el niño es quien sufre directamente el acoso, hay que tener en cuenta que indirectamente la familia sufre frente a esta situación, por lo cual, deben estar informados acerca de los avances y acciones implementadas en la escuela.
Para la finalización de las prácticas de acoso, se debe dejar de lado aquellas ideas o prejuicios que minimicen estas situaciones, “no es para tanto” “no es tan grave” o “son cosas de niños”, esto es fundamental para la generación de un ambiente educativo saludable y seguro capaz de promover el bienestar biopsicosocial de los alumnos. Finalizar con estas prácticas, no es tarea solamente del establecimiento educativo, se necesita la colaboración, participación y compromiso de todos los actores sociales para velar por la salud psicoemocional de los alumnos y como adultos debemos ser capaces de transmitir valores que internalicen vínculos solidarios, armoniosos y que faciliten la convivencia respetuosa.
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